Resumen
El tiempo, desde una perspectiva filosófica, suele entenderse como un flujo constante y continuo. Si entendemos al tiempo, no como una sucesión de instantes, sino como una experiencia vivida, fluida e indivisible, como un movimiento ininterrumpido, el marcar el cambio de siglo como intervención humana, será una manera de estructurar el paso de la vida y de marcar hitos importantes. De este modo surgen dos elementos sustantivos para comprender el contenido de este libro, por un lado la idea de continuidad, en la que el pensamiento y las realizaciones humanas son la consecuencia de todo el pensamiento y las realizaciones anteriores, y por otro, a partir de una construcción cultural se marca el nuevo siglo como un punto de inflexión, momento de ruptura o transición, de cambio. Aunque consideremos al tiempo como un continuo, la idea de cambio de siglo, nos impulsa a reflexionar sobre nuestra experiencia histórica, el progreso y sus desafíos.A la par de la concepción dual del tiempo como cambio de siglo y como un continuo, existe la sensación de que ciertas cosas perduran, se mantienen constantes a lo largo de su decurrir. Esto incluye no sólo las estructuras físicas (arquitectónicas), sino también los valores, las tradiciones e ideales que subyacen en una cultura. Sin embargo, también emerge el concepto de renovación como una fuerza vital en la historia humana, que nos permite adaptarnos y dar respuestas a los nuevos desafíos del devenir de las cosas. La continuidad del tiempo asegura que siempre habrá un substrato común sobre el cual se construyen las nuevas ideas, y la persistencia de ciertos elementos históricos y culturales es lo que da una base para la renovación. Sin embargo, la renovación es lo que impulsa el avance, lo que permite que, a pesar de la continuidad del tiempo, haya espacio para el crecimiento, el progreso y la transformación.