Resumen
Carta al sol
En un giro perpetuo y no perpetuo, como un
trompo lanzado con fuerza, giramos una y otra
vez, y otra vez, en cada vuelta recibimos tu luz,
sol luminoso, mientras las sombras van quedando
escondidas a la espera de su turno, que llegará
con la luna, compañera en este giro enloquecido.
El rayo anunciador de la vida salta al espacio en la madrugada de la tierra, es compañero
del gallo y amigo de todos los seres, no hay planta, no hay agua, que no sea
entibiada por ti, irrumpes en la montaña trayendo la alegría de la vida, irrumpes en
las planicies como un canto al horizonte. Pasajero y vehículo a la vez, nos llevas a conocer
el universo para contarnos la odisea del nacimiento, ese que cuando irrumpió
al irrumpir en el espacio, fue creador del ruido y la tormenta, de la onda y la partícula,
del tiempo y la distancia.
Ese mismo que quiere ser visto, contemplado en los confines más remotos del universo,
llega hasta ahí, y cuando es visto ya todo ha pasado. Mensajero de la enorme cadena
de la vida, que no termina nunca, que es la que nos impregna a los seres humanos
de infinita grandeza.
Sol, Newton te tenía en un puño, te apuntaba como centro, la sonrisa le brillaba en los ojos
cuando, con la inocente sencillez de la fórmula, nos ubicaba en el espacio, más lejano o
más cercano a ti, qué gozo de los hombres, qué estallidos en la mente y en los corazones
humanos, cuando aprendimos que navegábamos en un punto determinado de
este enorme espacio sideral.
Cuánto camino andado o desandado, cuánta muerte por definirte de una u otra manera,
pero ahí estás, despertándonos en el alba y despidiéndote en cada ocaso...